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Lore
Almete Furia resonante
Veo la tarea ante mí. La realizo con devoción.
Yo la concebía como una rana; pequeña y colorida, pero tóxica al tacto.
En tu infinita sabiduría, miraste más allá del gusano que te llevé hasta la más pequeña de las sanguijuelas que infestaban Fundamento. Para perfeccionar mi regalo, las infectaste con la conquista y ahora se ven a sí mismas como artesanas de la forma final.
No me corresponde entenderte, Testigo mío, sino servir a ese objetivo final que ves con más claridad que yo. Pero ahora, tus parásitos de oro se llaman a sí mismos dioses y se tallan hogares divinos. Y yo debo vigilar a la rana llorona.
¿Fue esto un castigo? ¿El precio que debo pagar por mi fracaso con los ahslid? Una vez más me envías a mí y a mi ego a las frías profundidades de un mundo intrascendente.
Recuerdo haber entrado en su reino y que su rostro expresara una satisfacción contenida. Se creía dueña de este dominio que le habías prestado. No apreciaba —no podía apreciar— la precariedad de su situación. Tan segura estaba de su dominio que no pudo reconocer a su carcelero, ni que vive dentro de una prisión creada por su propio ego, uno que pondré a trabajar para ti, mi Testigo.
La captura de su raza saldrá de este reino; cada sonrisa de satisfacción propia forjará un nuevo eslabón en sus cadenas.
Si hubiera sabido entonces cuál sería mi dilema, podría haber hecho caso a mis propias conclusiones sobre el ego. Sin embargo, incluso en esta situación, no me han doblegado.
